Es curioso como un plató de televisión puede desvirtuar tanto la imagen de una persona. Lo sabemos bien quienes estuvimos hace unos días cerca de esta alicantina de nacimiento y ‘crazy girl’ de adopción. Ya por teléfono nos había dado sugerentes pistas de qué clase de humana estábamos a punto de conocer. Bajó de la habitación del hotel acompañada de su inseparable amiga Miriam Del Pozo, que lejos de ser una megaempresaria dueña de una de las mayores fábricas de embutidos de nuestro país, demostró desde el primer momento ser una ‘chiki-boom’ de esas que ya no existen. No es casualidad que ambas decidiesen acompañarse para surcar los mares de este barco raro de los “bolos a domicilio”.

Meritxell no aparenta; en el cara a cara Meritxell es auténtica, cariñosa, simpática, risueña y ‘chula’ por naturaleza, con un punto de descaro de esos que te hacen diferente. Si una vez la miras a los ojos piensas que al día siguiente la verás en televisión, posiblemente asegures se trata de ciencia-ficción. Cuando llegó a Roquetas de Mar, localidad donde se llevó a cabo el ‘bolo’, demostró una actitud y maneras de esas que sólo están a la altura de las grandes divas. Se fotografío con todo el mundo, puso buena cara a los que la miraron (todos), agradó a las chicas conocedoras al máximo de su vida de tronista, y desde el principio hasta el final nos regaló una de esas sonrisas auténticas que... hacen que te quede claro que la fama le llegó de casualidad a una chica que aprovecha el momento, disfrutando al máximo de cada segundo.

Sólo así uno puede comprender que al finalizar el bolo decidiese irse de fiesta por las céntricas calles de la capital. Aparcamos el coche mientras se escuchaba de fondo un extraño remix de Mecano y un “chiki boom” desafinado propio de la hora. Mucho más guapa en persona que a través de un plasma, Meritxell no pasó desapercibida en ningún instante, siendo amada por gran parte de los chicos almerienses con los que se cruzó, algo doblemente meritorio si tenemos en cuenta que gran parte de ellos no se percataron de que se trataba de la diosa del trono.

Estuvimos bailando, riendo, bebiendo, escuchando cantar a Miriam sobre la barra de Geographic, y hasta comiendo un bocadillo de lomo. Es lo que tiene la fama de madrugada, que al fin y al cabo el hambre te pica como al resto de los mortales. Y con el amanecer... regreso al hotel y lección aprendida: una noche con Meritxell es algo más que una misión cumplida.